lunes, 19 de noviembre de 2012

Duda o Lamento.



 Creo


que sangro palabras

lloro silencios

y exhalo sueños




  Creo


que eso me ha traído



Desde el infierno


a estos versos



Desde la muerte


a la pluma


Desde el dolor


al anhelo



Desde la rabia


al desvelo


Desde la ausencia
al recuerdo


 Creo


que exhalo silencios

lloro palabras

y sangro sueños.


Creo.

   

lunes, 12 de noviembre de 2012

In memoriam. (Abril de 2009)



Las memorias que habitas
No encuentran consuelo

La palabra tampoco es suficiente

Ni el inútil llanto
Ni el constante anhelo
Ni el dolor punzante
Ni el cansado verso

Ni el deseo. Ni la vida. Ni la muerte.
Ni la oscura nada
Es suficiente.

De haberlo, el consuelo huyó
Contigo a ese ignoto Eterno
Que ahoga en cruel agonía
Cualquier recuerdo.


LÁGRIMAS



domingo, 1 de noviembre de 2009


Las lágrimas limpian la córnea, pero desafortunadamente no logran borrar la imagen que la eficaz retina ya ha captado y procesado.

Llevo meses intentando encontrar el modo de borrar de mi memoria el estupor que reflejaban los ojos de mi madre en el momento de su muerte. El mismo que me invade a diario intentando buscar un porqué.

Mi joven, sana y maravillosa madre fallece súbitamente en mi presencia.

Sólo un segundo torna atónita su vivaz mirada.

Un instante.Un parpadeo que no concluye. Una jodida brizna de ese tiempo que acostumbramos a minusvalorar. Un puto instante y la vida se le escapa para siempre llevándose de paso gran parte de la de los que la amábamos.

Y ahora qué.

Para qué sigo intentando buscar una explicación a algo que sé que carece de ella.

Para qué sigo intentando imaginar qué fue lo último que sintió.

Es más, de qué me serviría despejar estas incógnitas.

Para qué sigo sumida en este llanto incontrolable si sé que las lágrimas tan sólo limpian la córnea.

Espero que incluso las que mojaron mis dedos cuando te cerré los párpados.

LÁSTIMA (Abril 2009)


En la aventura de escibir me asalta una indecisión léxica cuando intento enfrentarme a la realidad. Puede ser debido a que yo no la inventé. O tal vez porque estoy en un estado de abdicación de la misma.
De todos modos, no resulta fácil negociar con los recuerdos. Creo que hay un mecanismo neuronal que corre como en los dibujos animados que veía en mi infancia. El Coyote corre y corre sin detenerse hasta que mira hacia abajo y ve que hace tiempo que dejó atrás el borde del precipicio, entonces… cae.
Así ocurre en mi cabeza. Veo algo claramente, pero mi cerebro lo registra a su aire, interpretándolo como otra cosa diferente.
A veces consigo poner el piloto automático de mis pensamientos para correr y correr hacia adelante, sin percatarme de que he rebasado el borde del precipicio.
 Busco ese estado de semiinconsciencia, de aturdimiento visceral que bloquea el dolor inmediato de lo incognoscible, de lo indecible, de ver que corres sobre el aire, miras abajo y…caes.
Me invade la certeza ineludible de la pérdida. Vivo sin dios alguno a quién orar y pulsar el botón de amén que envía las peticiones a su correo. No encuentro un culpable a quien odiar, en quien descargar toda esta ira, este sentimiento de orfandad que me atenaza, este desgarro que produce lo inevitable.
En las fases del duelo se contempla la “Aceptación”; es un término obsceno y grotesco que no define un estado posible de este proceso. “Conclusión” tampoco sirve. Es “Certeza”. La certidumbre que -con palabras de Nietzsche- en lugar de la duda, te vuelve loco.
Ese rincón del cerebro que almacena los recuerdos, ese disco duro que no puede formatearse, esa maldita memoria, recrea una y otra vez la última imagen de mi madre. El  último reflejo de mi imagen en sus ojos atónitos, abiertos hacia el vacío.
Desafiando la lógica temporal, su corazón se cansó antes de tiempo y súbitamente se detuvo. Yo corrí y corrí hasta que miré hacia abajo y vi que había rebasado el borde del  precipicio. Entonces…caí.
En los dibujos animados, el Correcaminos perseguía al Coyote y éste caía una y otra vez. Se levantaba y allí estaba su perseguidor. Perseguir, escapar, caer, levantarse…un bucle incesante.
No sé si tanta amargura, tanto dolor, tanta impotencia, era necesaria para intentar escarchar mi corazón y endurecerlo. Como fuere, no dio resultado.
A veces pienso que, para aliviar mi dolor, el mejor calmante sería la incepción de otro dolor infinitamente mayor. Tampoco esto funciona.
Quiero ser el Coyote de mi infancia. Quiero caer y aplastarme, volverme unidimensional . En ese punto quiero levantarme y, por una vez, perseguir yo al Correcaminos  hasta que pierda el borde del precipicio.
Con un poco de suerte puede que no logre levantarse íntegro y me permita, aunque sea por unos instantes, seguir corriendo y corriendo sin mirar hacia abajo. Sin darme cuenta de que he dejado atrás el terreno firme y por eso no duele tanto caminar.

Lástima que esto no sean dibujos animados, ni nosotras sus protagonistas.

Lástima que el terrero que acaba abruptamente sea la vida. .

Lástima que mi madre mirase hacia abajo al dejarlo atrás y...cayese.